“Rechifla’o en mi tristeza, te evoco y veo que has sido. De mi pobre vida paria, sólo una buena mujer. Tu presencia de bacana puso calor en mi nido. Fuiste buena, consecuente, y yo sé que me has querido. Como no quisiste a nadie, como no podrás querer”, decía la primera estrofa de la letra que Celedonio Flores le presentó a Carlos Gardel allá por 1920. El Zorzal Criollo la leyó. Era el lunfardo argentino en su máxima expresión. Y la historia hablaba de un compadrito y su dolor por una historia de amor del pasado que, según creía, había quedado Mano a mano.
Estaba claro que tenía frente a sus ojos un tango con todas las letras. Bien porteño. Pero había algo que le hacía ruido. Y es que, para entonces, el poeta tenía apenas 24 años. Era demasiado joven como para haber vivido la experiencia que había plasmado en el papel y narraba el desconsuelo de un hombre modesto que había visto partir a su amada en brazos de otro que podía ofrecerle un pasar mejor. Así que lo miró con desconfianza, con su sonrisa de lado, y le dijo: “Pibe, esta letra no la escribiste vos. La escribió tu padre o tu tío…”.
Para ese momento, Flores había empezado a escribir en una sección del diario Última hora, que había decidido incluir en sus páginas textos con lunfardo. Y que, a raíz de un poema llamado Por la Pinta -por el que el autor que firmaba como Cele recibió una paga de 5 pesos-, había logrado captar la atención de la dupla del Morocho del Abasto y de su compañero de dupla, José Razzano, quienes decidieron ponerle música a esos versos creando el inolvidable tango Margot. Pero si bien la historia de esa joven que termina pervirtiéndose para salir de la pobreza ya era fuerte, lo que describía esta nueva letra no parecía haber salido de la imaginación de alguien tan joven.



