El Polaco eterno

La voz del Polaco no se apagó con su muerte. Al contrario: se quedó flotando en el aire espeso de Buenos Aires, pegada a las paredes gastadas de los bares, a las baldosas húmedas de madrugada, a los bandoneones que lloran por costumbre. Goyeneche es más que un recuerdo: es una presencia que vuelve cada vez que alguien se atreve a decir un tango sintiéndolo en el pecho.

Desde que se fue aquel 27 de agosto, su nombre se convirtió en una bandera para los amantes del tango y para los que, sin saberlo, también le deben algo. Porque el Polaco fue mucho más que un cantor: fue puente, fue transformación, fue revolución desde la ternura. Y por eso, su homenaje no quedó en palabras. La ciudad, que tanto lo amó, lo llenó de señales.

Su barrio, Saavedra, se encargó de que su nombre no se pierda entre las calles: una de las avenidas más importantes hoy se llama Parque Roberto Goyeneche, y al llegar, un cartel con su rostro le da la bienvenida a los que pisan ese suelo que él caminó tantas veces. En Galván y Balbín, su imagen y la del “Mono” Gatica decoran los muros del viaducto con un mural que fue votado por vecinos, como se elige a los entrañables.

La plaza República Oriental del Uruguay lo honra con un busto. Y frente al Parque Sarmiento, durante años, su estatua lo mostraba en gesto eterno. Cuando el vandalismo intentó apagar esa presencia, fue reubicado con respeto dentro de la sede comunal. Porque con Goyeneche no se puede: siempre vuelve.

En el Club Platense, su otra pasión, su tribuna lleva su nombre. En el Café Homero, su voz todavía vibra en las paredes. Y en El Tábano, ese club del barrio donde lo escucharon por primera vez, una placa lo celebra como “Hijo Ilustre”, como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún pudiera aparecer a cantar un par de tangos entre amigos.

En vísperas de los 30 de su partida, su historia volvió a las pantallas. El documental “Roberto Goyeneche. Las formas de la noche” llenó salas en Villa Urquiza y en su querido Saavedra. Nadie se quiso quedar afuera. Porque cada vez que el Polaco suena, algo se mueve adentro. La garganta se aprieta y el corazón escucha: sabe que la voz eterna volverá a cantar.