Cuatro tango que inmortalizó Roberto Goyeneche

Si hubo algo que el Polaco hizo como nadie, eso fue apropiarse de los tangos que cantaba. Los hizo tan suyos, tan de su estilo, que después de escucharlo a él, cualquier otra versión suena como un eco lejano.

Su fraseo fue una revolución silenciosa. Partió el tango en dos: desde Carlos Gardel hasta Roberto Goyeneche, y desde Goyeneche en adelante. A partir de él, el tango dejó de ser “la música de los abuelos” para volverse una entidad viva, cercana, con olor a calle húmeda y corazón dolido…

Una de esas canciones que cruzó generaciones es “Balada para un loco”, esa genialidad de Astor Piazzolla con letra de Horacio Ferrer. Fue Amelita Baltar quien la estrenó en 1969, pero Ferrer mismo confesó que, al escribirla, la había imaginado en la voz del Polaco. Y cuando finalmente la grabaron juntos ese mismo año, nació una versión insuperable. No es solo que la cante bien: es que parece escrita para él. Como si la locura dulce de esa letra hubiera encontrado, por fin, su voz. El video que la registra lo muestra cantándola en Japón, frente a un público que, aun sin entender el idioma, entiende todo. Lo siente todo.

Otro tango que lleva su marca es “La última curda”, una joya nacida en 1956 del encuentro entre Cátulo Castillo y Aníbal Troilo. Cuenta la historia que una noche calurosa, en el departamento de Pichuco, el bandoneón y el tarareo se mezclaban mientras afuera, sin saberlo, una multitud se había reunido bajo la ventana abierta para escucharlos. Fue la primera vez que sonó en público, sin quererlo. La versión del Polaco, grabada en 1963, es pura melancolía.

Al hablar de tangos con historia, no puede faltar “Afiches”, una obra nacida también en 1956 del talento de Atilio Stampone y Homero Expósito. El Maestro Stampone solía contar que Homero, cansado de escuchar siempre la misma melodía melancólica que él tocaba después de comer, un día le dictó la letra y se fue. La música ya estaba lista, aunque él aún no lo sabía. La leyenda dice que ese tango fue escrito con un viejo amor en mente, pero también como una crítica sutil a la sociedad del consumo, que empezaba a llenar de carteles y promesas vacías las calles y la vida.

La primera versión no tuvo demasiado éxito, pero todo cambió cuando la cantó el Polaco en Caño 14, el mítico bar de tango que fundó el propio Stampone. Después, lo interpretó en el teatro Ópera el 22 de agosto de 1987, acompañado por Néstor Marconi en bandoneón y Ángel Ridolfi en contrabajo. Esa noche, lo cantó como si hablara con alguien que ya no estaba. Como si cada palabra fuera una despedida.

Varios años antes, y como parte de El derecho a la felicidad, una película en blanco y negro dirigida por Carlos Rinaldi de la que participó, en 1968, interpretó Garúa, otro de esos tangos que parecen escritos para la voz del Polaco. La historia dice que una noche de 1943, durante un intervalo de la orquesta de Aníbal Troilo, el propio Pichuco llamó desde el público a Enrique Cadícamo para mostrarle una melodía que tenía en mente. Subieron juntos al altillo que usaban los músicos como camarín y allí, mientras afuera lloviznaba, nació la primera frase: “Garúa… solo y triste por la acera”. Al volver a su casa, con esa melodía pegada al cuerpo, Cadícamo escribió la letra en una noche de inspiración pura.

La primera versión fue grabada por la orquesta de Troilo con la voz de Francisco Fiorentino. Pero casi dos décadas más tarde, ese tango volvió a nacer: el 9 de enero de 1962, para el mismo sello RCA Víctor, Goyeneche lo grabó con la orquesta de Pichuco y lo consagró para siempre. En su voz, el frío, la llovizna y la soledad de Garúa dejaron de ser metáforas: se volvieron carne, sentimiento y poesía en estado puro. Desde entonces, nadie volvió a caminar bajo la lluvia sin escuchar al Polaco en algún rincón del alma.