Varela y Goyeneche se conocieron en el Café Homero

Él, estaba entre el público como uno más cuando Adriana cantó. La escuchó y la llamó: “¿De dónde saliste, piba?”, le preguntó, como quien encuentra una joya inesperada. La apadrinó. En 1994, le puso voz y emoción al tributo en vida que Cacho Castaña le escribió al Polaco un año antes: Tu voz, que al tango lo emociona diciendo el punto y coma que nadie le cantó; con tu voz, con duendes y fantasmas, respira con el asma de un viejo bandoneón. (…) A vos, que tanto me enseñaste el día que cantaste conmigo una canción.

El Polaco era un artista sin edad. Un tipo del barrio que hizo del tango un lenguaje universal. Grabó 42 discos y otros 4 se editaron tras su muerte. Cuando el paso del tiempo alcanzó su garganta, ella no se rindió: se volvió aún más honda, más profunda… de arena. Cada temblor en su voz era emoción pura. Su manera de cantar fue, hasta el final, una forma de contar la vida.

“Yo siempre canté los sentimientos a flor de piel. Sin sentimientos no puede existir nada, no se puede vivir. Es la única manera que tiene el hombre de mirarse hacia adentro”, dijo Goyeneche una vez. Y así vivió; y así cantó.