La historia de Juan D´Arienzo

Para comprender el fenómeno D’Arienzo habría que haberlo vivido en vivo y en directo”, escribió el historiador de tango José María Otero en el artículo “Juan D’Arienzo en TV” que sigue: “Con esa orquesta y ese ritmo milonguero te dejaba sin aliento, pero con un sabor en el cuerpo, que te ibas a casa con la felicidad latiendo en el cuore…”. Aún hoy lo genera y no hace falta verlo. Basta escucharlo para imaginarlo frente a sus músicos, cintura quebrada, espalda encorvada y animando esos instrumentos a vivir sólo con el movimiento de sus manos, cual mago.

El amor entre D´Arienzo y el tango se inició cuando era un niño. Nació casi con el tango y su época de apogeo coincidió con el último año de vida de Carlos Gardel. Su padre, Alberto D´Arienzo, de origen italiano, quería que el mayor de sus tres hijos tuviera una carrera lejos los sonidos de la música que lo escandalizaba y que dedicara al estudio de las leyes y estuviera al frente de la planta de producción agrícola familiar. Pero, su madre, Amalia Améndola, había estudiado música aelntaba a sus hijos a tocar distintos instrumentos.

Pese a la rigidez del hombre, los tres iniciaron sus estudios en el Conservatorio Mascagni, donde Juan arrancó, sin saberlo, su carrera cuando tenía apenas 8 años y a los 12 años Juan ya era un as con el violín. Su hermano Ernani era baterista y pianista, y su hermana Josephine, pianista y soprano.

Dedicado a la música, no rompió las ilusiones de su padre y terminó la primaria en la escuela Cornelio Saavedra y luego la secundaria en el Nacional Mariano Moreno. Más tarde trabajó para él como vendedor, pero avisando que dejar la música de lado no era una opción. En la adolescencia conoció a un joven de su edad y talentoso pianista, con quien formó una entrañable amistad, Ángel Domingo D’Agostino.

Sin quererlo, se convirtieron en un dúo: practicaban partituras y juntos se postularon para tocar de manera profesional. Su primer contrato fue en el Zoológico con una paga de $4 por domingo donde iniciaron como trío: Juan, al violín; Ángel al piano y un tercer amigo, Carlos Bianchi, en la flauta. Se llamaron los “Ases del Tango”. La alegría por el debut musical duró hasta que reclamaron el pago y nunca les llegó tal como les habían prometido.

Para 1917, conoce a Carlos Posadas, un reconocido compositor, violinista y director de orquesta que representaba a una de las destacadas personalidades de la “Vieja Guardia”. Entonces, trabajaba para la orquesta del Teatro Avenida y recibió los conocimientos e influencias de Posadas, con quien compartió su pasión tanguera y una amistad que duró poco: al año de conocerse, con 33 años, Posadas muere y el futuro genio se vio tristemente afectado.

Abrumado por el dolor, no permitió que la tristeza afectara su carrera y en 1919 aceptó la invitación de tocar en el Teatro Nacional, donde debutó el 25 de junio. Recordó ese momento en una entrevista en 1949: “Nosotros, D’Agostino y yo al violín, asistimos a la noche de apertura de la obra de Alberto Novión, El Cabaret Montmartre… Tocamos en una pequeña orquesta de tango, dirigida por nosotros, que acompañó a Los Undarias, un famoso número de baile formado por los socios y El Morocho Portuguesa, dos estrellas de tango canyengue”, contó en una entrevista que brindó en 1949.

Tras ese debut, D´Arienzo comenzó a incursionar en otros ritmos en al búsqueda musical y el deseo de nutrirse y aportar más al tango. El jazz generó en él algo particular y formó parte de una de las orquestas del momento, “La Jazz Select Lavalle” y en la aclamada “Orquesta de Nicolás Verona”. También formó orquestas de teatros, en películas mudas e incluso encabezó la inauguración del Cine Hindú (1927). En ese tiempo, ganó su primer (y poco feliz) apodo: “El grillo” (por el sonido de su violín). Un poco decepcionado, continuó en la búsqueda del sonido que lo identificara y llegó a tocar en radio El Mundo, donde inició su etapa de reconocimiento.

Ya afianzado en el tango, desempolvó su violín en La Orquesta Típica Paramount —a modo de revancha, quizás— y dos años más tarde formó su primera orquesta con Alfredo Mazzeo, Luis Cuervo y él en violines; Ciriaco Ortiz, Nicolás Premian y Florentino Octaviano en bandoneón; Vicente Gorrese al piano; Juan Carlos Puglisi en el bajo y Carlos Dante en la voz.

Gran parte de los amantes del género aseguran que su figura está ligada a la “Era Dorada” del ritmo ya que a partir de 1935 recuperó las pistas a través de su intervención.

A sus 35 años sumó a su repertorio “La puñalada”, de la mano del compositor Pintin Castellanos, y la orquesta que dirigía contrató a un nuevo pianista, Rodolfo Biagi, quien le sugirió cambiar el ritmo de 4/8 al de una milonga en 2/4 (2×4). Dicen los estudiosos de su vida que primero no habría estado de acuerdo, pero que gracias a que llegó tarde a un concierto, que inició sin él, el flamante miembro de la orquesta se atrevió a introducir el cambio que dejó a todos boquiabiertos. Al llegar, lo escuchó y no hubo vuelta atrás.

“El 9 de julio, el público bailó con tal entusiasmo que cuando la multitud, gritando y aplaudiendo, le pidió a D’Arienzo que continuara con ese nuevo estilo, el director no tuvo otra opción que tocarlo toda la noche”. Por eso, se dice que fue él quien le devolvió el tango a los bailarines. Además, ese nuevo ritmo generó gran interés en los jóvenes que consideraban aburridos los tangos que hasta ese día sonaban porque anteponían el cantor a la orquesta.

La segunda versión de La puñalada (más rápida) fue grabada en 1950 y se convirtió en la primera grabación del género en vender millones de singles.

Ya reconocido como músico, junto a su orquesta típica debuta en radio El Mundo y es escuchado en todo el país. En 1938, Biagi crea su propia orquesta y es reemplazado por Fulvio Salamanca con un éxito rotundo y D´Arienzo es aclamado como el rey la noche porteña. “Conmigo florecieron cien mil orquestas de tango y clubes de barrio”, recordó el maestro.

Para la década del ´40 era el talento indiscutido, conocedor de lo que generaba su estilo en la nueva generació. Él mismo aseguró por esos años: “A los jóvenes les gustan mis tangos porque son rítmicos y nerviosos. La juventud es después de eso: felicidad, movimiento. Si tocas para ellos un tango melódico y fuera de ritmo, seguramente no les gustará. Eso es lo que sucede. Ahora hay buenos músicos y grandes orquestas que piensan que lo que tocan es tango, pero no es así. Si no tienen tiempo, no hay tango. Piensan que pueden hacer popular un nuevo estilo y tal vez puedan tener suerte, pero sigo pensando que si no hay ritmo no hay tango. Como profesionales los respeto a todos, pero lo que tocan no es tango”.

La orquesta típica de D’Arienzo estaba conformada por cinco violines, bases, cinco bandoneones, cantores y el piano, y alguna que otra vez, jugaba con una orquesta más pequeña y a menudo se presentaba con una más grande. Le gustaba variar.

Lo describe muy bien Luis Adolfo Sierra, investigador del tango, en The Evolution of Instrumental Tango (1966): “El fenómeno de la resurrección de la danza del tango fue el resultado de un personaje principal que creó un modo de interpretación de un estilo: Juan D’Arienzo”.

Eran el sonido y la pasión que generaba en los bailarines lo que iba más allá: la propia figura del director dejaba de lado la seriedad al marcar, y su persona cobraba gran importancia. D´Arienzo no marcaba sólo con las manos, no. ¡Lo hacía con todo su cuerpo y lo disfrutaba! Cerraba los ojos, sacudía la cabeza, marcaba el ritmo con las piernas, reía y sonreía mientras inclinaba el torso sobre los músicos que lo miraban con enamoramiento. Diría hoy algún meme: “Quédate con quien te mire como los músicos a D´Arienzo”.

“La voz humana no es, y no debería ser, otra cosa que un instrumento en la orquesta. Sacrificar todo por el bien del cantante, por la estrella, es un error. Mi mayor orgullo es haber contribuido a ese renacimiento de nuestra música popular. (…). Si los músicos vuelven a la pureza de 2×4 revivirá el entusiasmo por nuestra música y gracias a los medios modernos de difusión alcanzaremos una importancia mundial”, dijo durante una entrevista para una revista, 1975.

Y se definió: “La mía siempre fue una orquesta difícil, con un ritmo nervioso y vibrante. Y fue así porque el tango para mí tiene tres cosas: ritmo, impacto y matices. Una orquesta debe tener, sobre todo, vida. Es por eso que el mío duró más de cincuenta años. Y cuando el Príncipe me dio ese título, pensé que estaba bien, que tenía razón”.

Murió un mes después de esa cita, y está enterrado en el Cementerio de la Chacarita.