Nació el 14 de diciembre de 1900, en una familia algo acomodada y música. Con el tiempo, dejó el instrumento para comenzar a crear una las orquestas más destacadas y fue parte de la época de oro del tango. Criticó el rol de los cantores y su inconfundible aporte marcó una bisagra en el género musical.
Inconfundible. Ese es el sello de Juan D´Arienzo en el tango y en la sociedad. El Rey del compás, apodo que resume de cuerpo y alma al músico y eximio director, nacido en el barrio porteño de Balvanera el 14 de diciembre de 1900, hizo bailar a todos, sin distinción de clases sociales tanto en Argentina como en Uruguay durante la considerada “época de oro” del 2×4 y, queriéndolo o no, derribó muchas “grietas”.
Dejar las diferencias de lado no fue su único mérito. Logró lo que un puñado de bendecidos con el don de la música pudieron lograr: ser reconocido al frente de una orquesta apenas suenan los primeros acordes. Fiel a las raíces, impuso su estilo volviendo a los primeros sonidos tangueros y agregándole su impronta moderna. Aún hoy cuando en las milongas suena su música, los bailarines más avezados y los improvisados caminan hipnotizados al son compás que marcó como ninguno, y mientras lo bailan las pistas comienzan lentamente a perder su color para transformarse en una escena de los años 40. Su estilo, con un ritmo marcado y enérgico, revitalizó el tango en la segunda mitad de la década de 1930, época en la que el género estaba en decaída, y entendió cómo enfocar su música en el baile, y hacer del tango un estilo alegre y apasionado.
Comenzó como violinista a los 19 años en la Orquesta de Ángel D’Agostino, el amigo con el que inició el vicio milonguero en elencos juveniles y fueron partes de bandas de jazz, musicalizando obras de teatro y tocando en cines. Recién en 1935 apareció musicalmente el D´Arienzo que pasó a la inmortalidad con su compás, y que logró que en las milongas se unieran a bailar todas las clases sociales, y que llegaran los más jóvenes que hasta entonces consideraban al tango como “cosas de viejos”.
Sobre el final de su carrera, allá por la década del ‘70 “cultivó el estilo campechano: por supuesto, sin saberlo y sin proponérselo”, cuenta en su biografía el historiador José Gobello y define: “La gente lo veía gesticular frente a los músicos y los cantores; lo veía con simpatía, había algo de nostalgia y algo de burla. Por supuesto, el compás de la orquesta se llevaba tras de si los pies de los bailarines. Y los pies de los bailarines siguen yéndose con el compás cuando suenan los discos de D’Arienzo, y su figura continúa suscitando una gran simpatía. Se la merece por lo que hizo por el tango al promediar la década de 1930″.